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Los jóvenes en
cuestión pueden estar bastante insertos en el campo del estudio o en una
actividad profesional, mientras algunos pueden encontrarse en situaciones
profesionales o personales bastante precarias: desocupación, inestabilidad psicológica,
comportamientos disgregados y numerosos problemas de la vida. A menudo expresan
el deseo de tener fe en sí mismos, quieren liberarse de las dudas respecto a la
existencia y de los miedos ligados a la idea de un compromiso afectivo.
Igualmente [el
joven] está en búsqueda de las razones para la vida sobre las que construir la
existencia: la mayoría está lejos de preocupaciones religiosas y a menudo
reconoce no haber sido sensibilizada ni educada en este campo. La religión los
atrae y al mismo tiempo los inquieta, sobre todo cuando es presentada como
fuente de conflictos en el mundo, cosa que es un error de interpretación,
porque los conflictos en cuestión son de origen político y económico. Debemos
aprender siempre a vivir los unos con los otros. Por último, su conocimiento de
la fe cristiana y de la Iglesia queda ligada a un cliché y a la reconstrucción
intelectual que circulan en las representaciones sociales, en la ciencia
ficción de la televisión y del cine.
En una
sociedad que, por diversas razones, cultiva la duda y el cinismo, el miedo y la
impotencia, la inmadurez y el infantilismo, los jóvenes tienden a asirse a
modalidades de gratificaciones primarias y tienen dificultad en madurar,
entendiendo por madurez la personalidad que ha completado la organización de
las funciones basilares de la vida psíquica y que por lo tanto es capaz de
diferenciar la propia vida interior del mundo externo. Muchos jóvenes, que aún
permanecen en una psicología de fusión, tienen dificultad en realizar esta diferenciación;
aquello que sienten e imaginan, a menudo es sustituido por los hechos y la
realidad del mundo externo. Este fenómeno es ampliado y alimentado por la
psicología mediática, que inerva hoy los ánimos y el universo virtual, creado
por videojuegos y el Internet. Todo esto los predispone a vivir en lo
imaginario y en un mundo virtual, sin contacto con la realidad la que no han
aprendido a conocer y que los delude y deprime. Tienen un acercamiento lúdico a
la vida, con la necesidad de ir de juerga, sobre todo los fines de semana, sin
saber bien por qué; pero de este modo buscan ambientes totalizantes y
sensaciones que les dan la impresión de que existen. Queda aún por verificar si
estas experiencias crean o no relaciones verdaderas y contribuyen al enriquecimiento
afectivo e intelectual de su personalidad. Finalmente, son ambivalentes porque
quieren encontrar el modo tanto de entrar en la realidad como de huir de ella.
Los jóvenes de
hoy son como las generaciones precedentes: capaces de ser generosos, solidarios
y comprometidos con causas que los movilizan, pero tienen menos referencias
sociales y sentido de pertenencia que sus predecesores. Son individualistas,
quieren hacer su propia elección sin tener en cuenta el conjunto de los
valores, de las ideas o de las leyes comunes. Toman sus puntos de referencia de
donde sea para después experimentarlos en su modo de vivir. Tienden con
facilidad al igualitarismo y a la tolerancia, embebidos de la moda y de los
mensajes impuestos por los modos mediáticos, que de hecho les sirve de norma en
la cual se basan. Corren el peligro de caer en el conformismo de las modas,
como las esponjas que se dejan impregnar, en vez de construir su libertad
partiendo de las razones para vivir y amar, hecho que explica su fragilidad afectiva
y la duda sobre ellos mismos en la que se debaten.
Su vida afectiva está marcada por muchas dudas, comenzando por aquéllas sobre la identidad, el sexo, la familia. A veces experimentan una gran confusión respecto a los sentimientos y no saben distinguir entre una atracción a nivel de amistad y una tendencia homosexual. La coeducación, en la que han vivido desde la infancia, puede complicar en el momento de la post-adolescencia la relación entre hombre y mujer. Por último, el considerable aumento de los divorcios no favorece la fe en el otro ni en el futuro.
Su vida afectiva está marcada por muchas dudas, comenzando por aquéllas sobre la identidad, el sexo, la familia. A veces experimentan una gran confusión respecto a los sentimientos y no saben distinguir entre una atracción a nivel de amistad y una tendencia homosexual. La coeducación, en la que han vivido desde la infancia, puede complicar en el momento de la post-adolescencia la relación entre hombre y mujer. Por último, el considerable aumento de los divorcios no favorece la fe en el otro ni en el futuro.
Estas
personalidades son el resultado de una educación, de una escolarización, y a
veces de una catequesis que no forman suficientemente la inteligencia. Han sido
acostumbradas a vivir constantemente a nivel afectivo y sensorial, en
detrimento de la razón en cuanto a conocimiento, memoria y reflexión. Se
mantienen cerca de todo tipo de sensaciones, como las que han probado a través
de la droga. En vez de decir: "Pienso, luego existo", afirman con su
comportamiento: "pruebo las sensaciones, luego estoy calmado".
Cuando
encuentran adultos que de verdad lo son, que están en el puesto correcto y que
son en grado de transmitirles los valores de la vida, tal como lo sabe hacer el
Papa Juan Pablo II, escuchan lo que se les transmite sobre la experiencia
cristiana, a la espera de poder a su vez inspirarse en ella.
A muchos
jóvenes les cuesta llenar su vida psicológica y espacio interior. Incluso se
pueden sentir incómodos al probar dentro de sí diversas sensaciones que no
saben identificar o, por el contrario, al buscarlas fuera de las relaciones y
de las actividades humanas. (Cfr.
Tony Anatrella, “El mundo de los jóvenes”)
La Sagrada Escritura nos dice:
Sobre mi lecho,por las noches,
yo buscaba al amado de mi alma.
Lo busqué y no lo hallé.
Me levantaré, pues,
y recorreré la ciudad.
Por las calles y las plazas
buscaré al amado de mi alma.
Lo busqué y no lo hallé.
Me encontraron los
centinelas,
esos que andan de ronda por la ciudad.
¿Han visto a mi amado?
Apenas los había dejado
cuando encontré al amado de
mi alma.
(Cantar de los Cantares 3, 1-4)
45 Aquí tienen otra figura del Reino de los Cielos: un comerciante que
busca perlas finas. 46 Si llega a sus manos una perla de gran valor, se va, vende cuanto
tiene y la compra. (Mateo 13, 44-45)
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